
HEBE

        
                Aun cuando el lugar común señale que los movimientos en  su potencia exceden las mediaciones personales y no agotan su fuerza social en  una sola persona, la dimensión ética de las “Madres de la Memoria” - Francisco  dixit- reúne en la magnitud de la inolvidable Hebe una composición cabal. 
El genocidio argentino 76/83  –en todo su sentido técnico,  en tanto crimen de los crímenes a partir de  la desaparición de los padres bajo la  excusa de “subversión”, junto con la apropiación de sus hijos para una educación pretendida “occidental y cristiana”-  supo encontrarla como emblema de la  resistencia más tenaz. 
Acaso porque su permanente reclamo de justicia a la  brutal dictadura exterminadora bajo las consignas de “aparición con vida”,  luego “juicio y castigo”, con el andar de las rondas se extendió hacia la  crítica implacable al capitalismo tardocolonialista y su negación a los  derechos humanos (¡de todos los pueblos!) también en el plano socioeconómico. En  definitiva, nunca dejo de exponer el lazo funcional de uniformados y beneficiarios  civiles en el entramado de la violencia política junto a la violencia  económica, esto es, la pobreza y la inequidad. Y exportó su demanda hasta cada  geografía injusta del mundo.
Desde siempre la genuina politización de la maternidad (“Día  de la Matria” propuse al 30 de abril), el emblema del pañal/ñuelo expresa el  coraje de nuestras Antígonas y, entre las heroicidades más trascedentes, encuentra  a Hebe en su punto nodal. Al incomodar y explicitar siempre el lugar de “lo  malo”, su filosa lengua nunca amordazada denunció aquello que no “debe ser” y señala  el rumbo para que prontamente deje de serlo.  
No será sino por ello que apenas diez días antes de  partir, en plena expansión mortífera del neofascismo del odio, en sus postreras  palabras de su última ronda de jueves, Hebe interpelaba a la justicia venal, la  de aquellos a quienes nadie cree ni respeta. 
Valdría la pena que no pocos tomen nota debida de su  mensaje (con/sin catarata de exabruptos) para acceder a la magnitud del  hartazgo general que canaliza, como también la medida de la reacción  comunitaria que insinúa. La apelación a una suerte de refundación judicial, sin  dudas, constituye su última proclama, que  continuará repicando en la célebre plaza,  desde donde nace lo más auténtico del pueblo de nuestra nación. A ella, y a  tantas otras víctimas que no agachan sus frentes y continúan desafiando a la persistente  injusticia, le debemos la democracia y, antes aún, la dignidad. El tiempo que  corre dirá si somos sus merecedores herederos.
Alejandro W. Slokar
                Profesor Titular UBA / UNLP